“La danza es mi manera de cambiar el mundo” María Claudia Mejía

13 julio 2021
Cotidianas y rituales. Videodanza. Malas Compañías, 2020. Foto archivo Malas Compañías

El pasado 29 de abril se celebró en todo el mundo el Día de la Danza. Mientras los artistas recibían los honores y agradecimientos por la labor que realizan con sus cuerpos elásticos en danzas que surgen del alma, en la cuenta de Instagram de Malas Compañías, su proyecto cultural, la coreógrafa y bailarina María Claudia Mejía sorprendió a todos con una frase lapidaria: “no hay nada que celebrar”. El día anterior una mujer había sido brutalmente golpeada, lo que le generó tal indignación y dolor que impidió celebrar ese día el camino que había decidido para toda su vida. Y es que la reflexión sobre sí misma la hace consciente del dolor del mundo, del cual no puede escapar ni siquiera en sus momentos más creativos.

Años atrás, su padre era atendido en el Hospital San Vicente de Paúl de Medellín; María Claudia regresó de Bogotá, ciudad en la que trabajaba en la compañía de danza colombo suiza Object Facts, para acompañar a su madre y a sus dos hermanos. Mientras él dormía, ella miraba por horas los parques de este reconocido hospital de arquitectura neoclásica, dejando a su mente volar para crear un nuevo proyecto creativo: Besos en el Parque. La obra llamó tanto la atención que fue presentada en los recién inaugurados Parques Biblioteca de la ciudad, y cómo no, en el Hospital que había sido fuente de inspiración para su obra.

Aunque al principio quienes gozaron de la obra tuvieron la tentación de burlarse de los movimientos delicados de los bailarines en escena, días después la obra se destacó por su capacidad de romper esquemas y enseñar las nuevas realidades le dan sentido a un trabajo que es la vida de María Claudia y que ya lleva más de 30 años forjando en su cuerpo y en su alma. “El arte es mi manera de salvar el mundo”.

La danza contemporánea te pregunta por ti misma. En esta ciudad es una práctica desconocida como proyecto de vida.

Obra Persistencia. Malas Compañías. 2019 fotografía: Gruk Alvarez

Lo supo desde niña. Mientras sus padres se reunían con sus amigos en el primer piso de su casa en el barrio Santa Mónica a escuchar música y a conversar, bailaba rock en su cama, al compás de esos acordes que le llegaban simulando la fiesta que quería para sí misma. Y después vio Fama, la serie estadounidense que contaba las historias de varios jóvenes que llegaban a la Escuela de Arte de Nueva York a vivir nuevas experiencias y a explotar sus talentos. “Eso es lo que quiero para mí” se repetía, ilusionada con bailar y hacer de su cuerpo una obra andante. Pero el Medellín de los ochenta estaba lejos de ser una cuna para el arte: muchos de sus amigos y vecinos habían sufrido por cuenta de la situación de violencia que atravesaba el Valle de Aburrá, y eso sembró en ella un inmenso sentido crítico por las problemáticas sociales que desde niña vio crecer en la ciudad que tanto amaba.

Todo hizo clic cuando entró a estudiar Comunicación Social en la Universidad de Antioquia. Su padre, que siempre la llamó “Gitana”, les aconsejó a ella y a sus hermanos estudiar en una universidad pública, después de ser profesor por muchísimos años y entender que era la única educación de calidad que podrían obtener en ese momento. Allí, combinó los saberes del periodismo con sus clases de danza en importantes escuelas como Danzarte, la academia de la profesora Silvia Roltz o la academia de María Elena Uribe; pero fue con la maestra Beatriz Vélez con quien se topó con el sabor de la danza contemporánea: “ahí encontré mi lenguaje dancístico y lo que quería hacer en la vida. Aunque no existiera en Medellín, la danza estaba en todo el mundo y me dediqué a perseguirla”. Cuando recién graduada llegó a trabajar en el recordado y entrañable periódico La Hoja, Ana María Cano y Héctor Rincón, la animaron a seguir con su arte a pesar de su enorme talento para escribir. “Ellos fueron mis maestros en la danza”.

Videodanza Mujeres infinitas. Malas Compañías, 2020. Foto archivo Malas Compañías.

Entonces llegaron los viajes. Se ganó una beca en residencia en la escuela de danza clásica y contemporánea en México, después llegó a Venezuela con una residencia artística, luego voló a Inglaterra, después a Bogotá y así encontró en la danza contemporánea una manera de vivir. Hizo una maestría en prácticas artísticas contemporáneas en la Universidad de Girona, España, donde vivió dos años. Desde el 2002 empezó a ser parte del grupo que creó la licenciatura en Danza en la Universidad de Antioquia, donde fue cofundadora junto con su maestra Beatriz Vélez y el actor Carlos Henao.

Después de sus años como estudiante y bailarina itinerante, descubrió que los coreógrafos más admirados hacen un examen profundo en su historia, dentro de sí mismos, del contexto de sus vidas, de la geografía que los rodea, lo que los construye como seres humanos. Así, se preguntó qué tipo de coreógrafa quería ser, y se dio cuenta que quería hablar de su propia realidad. “Esta realidad cruel, contradictoria y hermosa”. Encontró su vena como coreógrafa, hallando en el mundo en el que vive la inspiración para crear sus propias obras. Su última pieza de danza contemporánea, llamada Persistencia, cuenta la historia de las mujeres que buscan a sus familiares desaparecidos, inspiradas en las vivencias de algunas mujeres como Las Madres de la Candelaria, las Madres de Soacha, las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina o las historias de los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, en México.

Malas compañías: historias de mujeres, danza y conflicto

En el año 2003 fundó Malas Compañías, después de desempeñarse como profesora de danza en varias academias de la ciudad y en la Universidad de Antioquia. En estos últimos años, esta compañía de danza contemporánea ha llevado sus obras por Centroamérica, El Caribe y varias ciudades colombianas.

Me interesa que Malas Compañías sea una organización fuerte, sostenible, que pueda dar trabajo muy digno a sus bailarines y otras personas que trabajen a través del arte. Yo quiero ir a la antigua, quiero bailarines ensayando y actuando en las funciones con un pago digno. En la parte artística, quiero mi propia estética, mi propio movimiento, mi metodología para encontrar el movimiento de otros cuerpos. Mi mayor satisfacción ha sido siempre presentar mis obras en espacios no convencionales: parques, museos, calles, el patio de una casa, una cocina. Esto es un método para crear conciencia del arte como proyecto de vida, algo que en Medellín aún no existe”.

A pesar de las enormes dificultades que ha traído la pandemia para miles de artistas en todo el mundo, María Claudia y Malas compañías no ha parado de producir. En el 2020, realizó una serie de videodanzas, técnica artística que mezcla la audacia del arte con la tecnología de las cámaras de video de celulares o computadores. El proyecto de videodanza que presentó recientemente fue llamado Mujeres Infinitas, que fue parte del Festival de Videodanza de Vartex9, y en el Festival Internacional de Manizales se presentó con su obra Cotidianas y Rituales.

Obra Lo injerto. Fotografía Gruck Álvarez

En el 2021, Malas Compañías entró a hacer parte del Distrito San Ignacio, Patrimonio, Cultura y Educación, una iniciativa Grupo Argos, Comfama, Proantioquia y la Universidad de Antioquia que entre otras líneas, está trabajando para fortalecer la sostenibilidad de 16 proyectos culturales de la ciudad y la creación de planes que les permitan adaptar sus modelos de negocio a la coyuntura actual, bajo la sombrilla del proyecto Creamos Valor Social. Por medio de mentorías realizadas por expertos voluntarios de las empresas aliadas, se están desarrollando caminos que les permiten a los emprendimientos culturales superar los efectos del confinamiento asociado a la pandemia y su sostenibilidad financiera.

“Con las mentorías hay un camino. Hay una manera de hacer país. Es una apnea profunda para que los gestores culturales revisemos lo que queremos. En pandemia el arte entró en reflexión concienzuda, y por esto estas mentorías nos ayudan tanto. Nos hemos dedicado a escuchar, a estructurarnos. Es un proceso de escucha profunda, aunque lleve muy poco tiempo me ha ayudado a desarrollar nuestro propio reto, que es hacer un proceso de reconciliación con las mujeres del conflicto armado a través de la danza contemporánea. Nos están guiando a un proceso hacia nosotras mismas, quiénes somos, qué queremos, cuál es la compañía que queremos. Nos pusieron a soñar. Es un proceso maravilloso”.

Así, entre los ensayos con sus tres bailarinas todas las mañanas (si la pandemia se lo permite), la gestión de Malas Compañías en las tardes y la presentación de sus obras los fines de semana, María Claudia Mejía sueña con ese reto que le mueve sus entrañas: hacer del proceso de reconciliación en Colombia una realidad que se mueva entre danza, cuerpos y creación artística. Mientras tanto, sigue buscando en el fondo de sí misma la manera de salvar el mundo, y así salvarse a sí misma.